Un sábado cualquiera...
Saber que después de la tormenta viene la calma, me ha dado fuerzas en muchas ocasiones. Porque nada es eterno. Pero no siempre se tiene la misma energia y las torres más altas se han caído con el resoplido de un niño. Pero no pasa nada. El reloj sigue funcionando. El río sigue su curso y el mar continua rompiendo su inercia en las rocas. Las piedras y las bigas de esa torre pueden yacer un tiempo en el suelo, huérfanas, sin destino aparente o perdidas. Pero a cada segundo que pasa, esos restos sin supuesta vida se recomponen. Se vuelven a colocar en su lugar. Sus cimientos se levantan más fuertes. Y esa bola negra del estómago y del cuello pierde su consistencia y se ramifica igual que lo hacen las meandras en el curso bajo de un río. Luego, lo malo se quedan en nada. Y vuelta a empezar. Y se reinician las vivencias con más energia, con más amor, con más bondad y con más sabiduría.
Y la mariposa alza el vuelo de nuevo...
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